
Cristo nos atrae hacia sí
"A pesar de haber nacido en una familia católica y de participar en el movimiento, no era obvio que el camino de fe se me presentara fácilmente."La Jornada de Inicio de Año, o JIA como la conocemos, es el primer paso del recorrido educativo al que somos invitados en el movimiento Comunión y Liberación. Constituye un momento central donde se nos señalan los aspectos fundamentales que nos ayudarán a vivir la experiencia de la presencia de Cristo en nuestras vidas.
Este año, la JIA llevó por título: "Cristo: nuevo principio de conocimiento y acción". En la ciudad de Caracas, el evento se realizó el jueves 26 de septiembre. La presentación del contenido estuvo a cargo de Leonardo Marius y fue moderada por Carlos Alonzo, e incluyó el siguiente testimonio de Isabel Marius, que dejamos aquí:
A pesar de haber nacido en una familia católica y de participar en el movimiento, no era obvio que el camino de fe se me presentara fácilmente. Creía que por eso mismo ya tenía a Dios cerca o, más bien, que me sería sencillo reconocerlo, pero no es así. Él siempre nos encuentra primero.
Mi corto y sencillo recorrido, que todavía continúa, es la prueba de que el Señor se me ha manifestado a través de otro que me ha llamado. Al estar acompañada, he podido reconocerlo, pues sola sería imposible. Desde pequeña asistí a las actividades del movimiento, como las Vacaciones, sin una conciencia clara de lo que estaba sucediendo o de lo que se hablaba.
Hace unos años, viviendo en Uruguay y estudiando medicina, me sentía sola, perdida y confundida respecto a mi vocación.
Gracias a unos amigos del movimiento, conocí a un grupo de universitarios de Comunión y Liberación en Argentina. Lo primero que me asombró fue su gran cercanía y amor, a pesar de que no me conocían. Luego, me impactó ver cómo vivían cada aspecto de su vida juntos. A partir de ese momento, algo empezó a moverse en mí: la búsqueda de algo tan grande como lo que veía en ellos.
Cuando regresé a Caracas, empecé a participar más activamente en el movimiento, aunque con una visión un poco ignorante para todo lo que significaba. En lugar de centrarme en mí, me dedicaba a observar a los demás, porque cuando encuentras a alguien que vive tan intensamente a Cristo, de alguna manera deseas entender esa experiencia por completo para hacerla tuya.
Poco a poco, al ver el deseo de varios jóvenes de vivir de cerca lo que veíamos en los adultos del movimiento, un gran amigo —hoy responsable de los universitarios del movimiento en Venezuela— dijo que sí a acompañarnos y guiarnos.
Lo hermoso de todo esto no es solo haber iniciado un grupo o ayudar a alguien a reconocer a Cristo desde lo humanos que somos, porque eso se queda en la superficie. Lo realmente bello es que, a partir de una amistad que nos ha tocado profundamente —a quienes coordinamos el grupo y a quienes participan—, hemos podido vivir a Cristo cara a cara a través del otro.
Esta no es una amistad común, es una que está custodiada por algo más grande. A pesar de la distancia, sigue viva desde el día en que nos conocimos porque tenemos claro que fue Cristo quien nos puso frente a frente y quien hasta el día de hoy sostiene esto tan profundo que nos ha regalado.
Es hermoso cómo a través de esta compañía uno empieza a hacer un camino y cambia la forma en la que se ven las cosas, tanto dentro como fuera del movimiento. Desde tomarse en serio la oración y desear ser educada dentro de esta compañía, hasta buscar al otro cuando tienes un problema, no para que te dé una solución, sino para entender lo que el camino te está mostrando.
Es así, y gracias a esto, que digo que he encontrado a Cristo, pero más bien siento que Él me ha encontrado a mí. Gracias a ello, he podido empezar un camino de profunda fe, de amor a Cristo, al otro —por quien Cristo pasa— y al destino que Él tiene para mí, no sola, sino dentro de una comunidad que me abraza, me educa, me acompaña y por ende me hace más libre.
DE LA PERTENENCIA, UN JUICIO NUEVO
Cuando escucho la palabra "juicio", siento que es algo demasiado contundente, en parte porque la sociedad nos ha hecho creer que es algo negativo. Es más fácil dejarse llevar por la corriente que atreverse a juzgar, a discernir.
Sin embargo, en el movimiento he aprendido que hablar las cosas y ponerlas en común es fundamental. Caer en la lógica del mundo es ser egoísta, buscando solo lo que nos da "paz mental" o una tranquilidad que en el fondo es pasajera. No hay nada más falso que eso, porque la verdadera y eterna paz está en Cristo, algo que justo hablaba esta semana con una de mis mejores amigas, que es evangélica.
Desde mi experiencia, sé que no soy perfecta y cometo errores a diario; afirmar lo contrario sería caer en un moralismo absurdo. He entendido que ser educado en la fe es, en parte, jugarse la vida. Como decía Marcos Pou, un joven español del movimiento que murió hace unos años: "Ojalá encuentres un amigo con el que logres desnudar hasta lo más profundo de tu alma".
Cuando escuché esa frase me pregunté: "¿Con quién me la juego? ¿A quién le desnudo el alma?". Y al instante supe que eran estos mismos amigos que Cristo ha puesto en mi camino, los del movimiento, los que me hacen sentir más libre.
Para que se entienda mejor, aquí doy algunos ejemplos:
● Juzgar mi amistad con una evangélica: Mi mejor amiga es evangélica y, al estudiar enfermería juntas, veo a Cristo en ella todos los días. Para mí es fundamental, pero no me quedo solo con la belleza de esta amistad. La comparto y la "juzgo" con mis amigos del movimiento para que no se convierta en una relación con Dios donde yo decido cómo vivirla. De lo contrario, se limitaría a mi propia percepción.
● La guía del Padre Carlo: El Padre Carlo, de Colombia, ha sido fundamental en mi proceso de conversión. Alguien podría pensar que, por ser sacerdote, intentaría convencerme de escoger una vocación religiosa o de ir a misa todos los días. Pero no. Él también es parte del movimiento, cuando tenía este deseo profundo de vivir más el movimiento se conectaba cada 15 días conmigo y unas amigas (de Colombia y Venezuela) vía meet para trabajar un texto y ver cómo estábamos viviendo, esto ya hace más de un año. Conocerlo y compartir con él ha cambiado mi vida y aunque lo "vuelva loco" escribiéndole cada dos días desde hace un tiempo, él me escucha con
alegría, me abraza y me ayuda a caminar haciendo un juicio sobre lo que le cuento.
● La oración en compañía: Hace unos días, le contaba a mi grupo de amigos del movimiento que la oración ha sido una gracia enorme para mí, un recordatorio de mi total dependencia de Dios. Su respuesta inmediata fue: "¡Qué hermoso! ¿Por qué no lo hacemos juntos?". A pesar de que la llamada es a las 6 de la mañana para rezar Laudes —que puede ser largo para algunos—, y de que algunos estamos en Lara y otros en Mérida, se convierte en un paso para ser educados juntos, entendiendo que
algo tan sencillo como orar debe hacerse en compañía.
La verdad es que uno va entendiendo y madurando todo esto poco a poco, en parte por la seriedad y obediencia con la que uno lo vive, pero más que nada gracias a la compañía, que me pone los pies en la tierra y me mueve a juzgar cada cosa, hasta la más íntima.
Podría hablar de la exposición de José Gregorio Hernández o del juicio de las elecciones, pero esos son eventos obvios. Es fácil que las cosas grandes nos muevan, pero la cosa está en cómo vives tu realidad en el día a día con el Otro.
LLEVAR AL MUNDO EL AMOR QUE NOS HA ALCANZADO
Este recorrido, que suena hermoso y largo, ha estado acompañado de mucho dolor. Esto no significa ser infeliz, pero sí genera un gran peso, debido a dificultades familiares, de salud, vocacionales y en mis amistades, por mencionar algunas.
Vivir la dificultad se ha convertido, incluso, en algo hermoso. Hace poco me operaron del corazón, y yo me preguntaba: "¿Qué pasará si me muero? ¿Hasta dónde llega todo?". Aún después de la operación, al ver que el problema no estaba resuelto por completo, por gracia de Dios no me mortifiqué. Poco a poco, he seguido esta compañía que me rescata de la locura y que hoy me permite decir que amo más el destino que el Señor tiene para mí, que cualquier cosa que yo pueda imaginar. Si mañana me da una taquicardia fulminante, estaré feliz, porque así lo ha planeado Él.
Para mí, vivir esta compañía se resume en eso: en el camino de conversión que he iniciado y que me permite reconocerlo a Él en cada cosa que hago. Cuando vivimos en medio de tanta dificultad, existe el riesgo de caer en lo automático y de actuar sólo desde el dolor. Sin embargo, la clave está en dejarse conmover incluso por lo malo, entendiendo que el Señor nos quiere ahí por algo. Es una oportunidad para ser una mirada o un gesto para el otro, porque he sido amada aquí y solo así puedo amar a los demás.
Por eso, cuando voy a los hospitales cada semestre, me niego a caer en la típica frase de "no te enganches con nada ni dejes que te afecte". Al contrario, afirmo: "Quiero que me afecte", para así poder amarlo más a Él. Esa es la verdadera cuestión de un camino de fe.
Este camino de fe no se limita a mi metro cuadrado o a las personas del movimiento. Se trata de involucrarse con todo. Yo jamás en mi vida había participado en la vida parroquial o me había relacionado en cuanto a la fe con gente ajena a Comunión y Liberación.
Siendo obediente a mi tío, al Papa, al Arzobispo, y a las indicaciones del Jubileo de este año, dije que Sí a participar en los campamentos de la parroquia. Ahí, no solo los niños han movido muchísimas cosas en mí, sino también la relación con Francesca, Victoria, Daniel, Maru y tantos otros. Esto me ha permitido dejar los juicios y las percepciones a un lado,
entendiendo que Cristo nos llama a cada uno, sin olvidar de dónde vengo ni el camino que me forma hasta hoy.
Termino con algo que es, para mí, de las cosas más conmovedoras en mi carrera. Siempre tuve muchos prejuicios con la enfermería psiquiátrica y los centros de salud mental. A pesar de haber visto la materia, llevo ya un año asistiendo como servicio comunitario a un centro con 60 pacientes varones que muchos dan por perdidos porque ya no hay medicación que los ayude.
El primer día que entré, la mayoría de mis compañeros lloraban por miedo o por indignación al verlos desnutridos, desnudos y con tanta hambre. Yo me conmoví, pero no lloré. Deseaba volver; quería encontrar más ahí.
A estas alturas, algunos pacientes ya creen que soy su novia o esposa de tanto que me ven. Me regalan libros o pulseras que ellos mismos hacen. Incluso, un día, uno de ellos me leyó la Biblia y me pidió que rezáramos juntos. Todo esto podría sonar solo "bonito" o podría quedarse en la frase que suelo escuchar: "¡Qué grande es tu corazón, Isa!". Y sí, está bien, pero es que lo que he encontrado ahí me ha trastocado desde cómo vivo la relación con mi familia en casa hasta cómo la comparto con mis amigos de la universidad.
Jamás olvidaré un día en que estaba triste y un paciente, al que al principio le tenía miedo y ahora está en mis oraciones, me llamó por mi nombre y me dijo que yo tenía una gran misión en este mundo. Para mí, esto no es casualidad; es el Señor que me llama a estar ahí con ellos, a abrazarlos y a usar cada vuelto que me queda de lo que me da mi papá para comprarles las gomitas que les gustan. Lo más hermoso es salir de ahí, sentarme con mis amigos de la universidad a admirar lo que hemos vivido y, luego, hacer un juicio de esto con mis amigos del movimiento.