EL DINAMISMO DE LA CARIDAD EN MEDIO DE LA CUARENTENA
Me doy cuenta de que en este lugar se manifiesta también toda mi necesidad de Cristo, mi necesidad de ser mirado por unos ojos que traspasen mi "yo" y me remitan a lo trascendentalMe he dado cuenta de que al principio del confinamiento pensé que, de cierta manera, la vida se ponía en pausa debido a que me encontraba privado de todas las actividades que realizaba; luego me di cuenta de que mi “yo”, ahora mismo, está siendo incluso más provocado que antes: cerca de donde vivo hay una parroquia donde realizan una Olla solidaria cada sábado, dando de comer a más de doscientas personas. Hace unas semanas me incorporé y con este ingreso, una dinámica que mueve mi vida.
Allí me encontré con los ojos de una niña que me miró con ternura al darle la comida, con una voz suave me dijo: “Gracias”; al despedirla, me volteé para continuar con mi trabajo y pensé: “por estos ojos de cielo, es que yo hago esto”. Me di cuenta de que en ese lugar se manifiesta también toda mi necesidad de Cristo, mi necesidad de ser mirado por unos ojos que traspasen mi "yo" y me remitan a lo trascendental; no la he podido sacar de mi cabeza y siempre la recuerdo.
La semana pasada noté a un muchacho que pasó tres veces a buscar comida, me dirigí hacia él para decirle que no debía hacer eso, porque si él recibía triple tal vez alguien de la cola pudiera quedar sin su porción. Este chico me miró con los ojos llorosos, apenado me dijo que no volvería a hacerlo e intentó marcharse; yo me olvidé de lo que estaba haciendo y lo seguí, quería conocerlo y llegar al fondo de lo que sucedía (que iba más allá de una porción de comida extra). Al hablar con él me contó que lo había hecho porque su abuela no podía venir y generalmente no tenían mucho para comer. Al instante yo también me conmoví y tuve los ojos llorosos al igual que él, lo animé a contarme su situación y llegar a un acuerdo para que pudiera retirar su comida y la de su abuela.
Este sábado al llegar al patio donde repartimos la comida me buscó y me dijo: “Hermano, aquí traigo lo que me pediste, tenías razón, podíamos hablar y es mucho mejor ser sincero”. Este chico no mostraba ni una pizca de arrogancia, siempre fue humilde y muy abierto, lo único que pude hacer fue mirarlo con ternura, así como la niña me miró a mí.
También me encontré con una abuela: una señora bastante mayor que en una oportunidad al servirle me pidió colocar el pan en otro recipiente, ya que no le gustaba comer todo junto. Al atenderla otra vez el sábado, le dije: “Abuela, deme sus tres potes: uno para el jugo; uno para la comida; y el otro para el pan, porque recuerdo que a usted no le gusta comer todo junto”. Esta señora me miró con alegría diciéndome: “¡Hijo, tú recordaste eso!” Me contó que necesitaba unas cosas y sobre su estado de salud, así, dándome la bendición con gran alegría se fue. Esta semana la volví a ver y ella me miró todavía con más amor. Con mis amigos de la Olla solidaria pudimos conseguirle lo que necesitaba y la abuela se marchó otra vez feliz, agradeciendo y deseando que Dios me bendiga a mí y mis amigos.
Estos hechos muy concretos me ayudan a ser consciente de lo que Don Giussani nos ha dicho en el sentido de la caritativa: “Para nosotros la única actitud concreta es la atención a la persona, la consideración de la persona, es decir, el amor”. Primero me ayuda a ver mi propia necesidad de ser mirado una y otra vez con ternura, de poder ver los “ojos de cielo” que me remiten a lo eterno, y conocer al otro me hace también tener más deseos de amarlo y de abrazar toda su realidad junto con la mía, porque pudiera ir a la Olla solidaria y solo servir la comida sin involucrarme, en cambio Cristo me ha dado la gracia de abrazar mi humanidad y la de los amigos que ahí me encuentro para abrazarlo más a Él, incluso sin ahorrar la impotencia y el dolor que representa tener que decirles a veces “hoy ya no tenemos más comida”.
Participar de este momento de caridad aumenta mi deseo de dar la vida por la obra de Otro, pone en dinamismo todo mi “yo” que se encuentra con Él.