Un susurro más fuerte que el ruído de la violencia

La Asamblea Constituyente impulsada por el gobierno de Nicolás Maduro ha quedado instalada en el Palacio Legislativo, y aunque el miedo y la incertidumbre se apodere de nosotros por momentos, existe una Presencia cuyo susurro al oído nos da paz
Francisco Sánchez

La Asamblea Constituyente impulsada por el Gobierno de Nicolás Maduro ha quedado instalada en el Palacio Legislativo, que alberga también el Parlamento, a pesar del “fraude” denunciado por la empresa encargada de organizar las elecciones en Venezuela y de la oposición que ha suscitado a nivel nacional e internacional.

Ese domingo cuando todo parecía indicar que el país tendría pronto instaurada dicha Asamblea, yo estaba muy preocupado. Sin embargo, ese mismo día experimenté una alegría inesperada. Fui a la misa de 8:00 a.m., me confesé y el padre me recordó la frase: «Donde está tu tesoro está tu corazón» y terminó invitándome a «ordenar el afecto» y a no poner mi afecto en lo que no vale.

El padre celebrante en la homilía dijo: «Recordemos que Cristo es nuestra alegría». Luego recibí la sagrada forma de las manos de una señora, porque la fila para recibir la comunión de manos del padre era más larga. Me cambié y mientras hacía la fila pensaba en el misterio de que la comunión pueda venir a través de rostros tan distintos e inesperados, pero que Dios te pone adelante, quizás esa es precisamente la gracia de la comunión.

Durante la meditación me quedé con todo esto en el corazón, porque la Constituyente y todo el escenario inminente me aterraban. Me daba cuenta que tenía miedo de que «me lo van a quitar todo», no voy a tener ciertas seguridades (alimenticias, de salud), nos vamos a sentir desprotegidos, no tengo dónde acudir a pedir ayuda o a denunciar si alguien me roba, me ataca... Me sentía indefenso e impotente, sin poder exigir que se cumplan mis derechos. Pero entonces pensé: ¿qué significa que «Cristo es nuestra alegría»?

Para mí hoy significa que la Iglesia seguirá ahí, que habrá siempre entre nosotros un lugar real, nada imaginario, donde se pueda ir a pedir en mi fragilidad, a acompañarse, a agradecer. Hay y habrá siempre personas con quien trabajar, reír hasta cuando la alegría parece abandonar todas las esquinas de la realidad. Porque la presencia de Cristo entre nosotros se hace evidente aquí, entre nosotros como en medio de la violencia de Alepo, en la dura realidad cubana. Su presencia, que tampoco abandonó los campos de concentración europeos en el siglo XX, seguirá en Venezuela, en cualquier escenario por duro que sea, mientras sigan latiendo corazones humanos.

Esa presencia es el tesoro más grande de la realidad y si mi corazón a diario se acordara de esto y lo viera como lo vi tan claro hoy, ahí estaría mi tesoro, ordenando mi afecto, permitiéndome estar en comunión hasta con el rostro más improbable.

Hoy tengo un poco menos de miedo y agradezco tener esta comunidad porque, siguiéndola, me hace evidente esta presencia redentora. Dos amigas me decían que esta alegría es pequeña pero suficiente; y que aun cuando el mal tiene palabras que hacen mucho ruido y se transmiten por todos los medios de comunicación, la última palabra sobre la vida es una Presencia buena, una Presencia cuyo susurro al oído nos da la paz.