Ernesto y Andrea

"Seguir lo que acontece"

«El mayor aporte que le pueden dar a Venezuela es dar testimonio de Cristo en la realidad»
Ernesto Solano y Andrea Aranguren

Durante el último tiempo me he dado cuenta de que dar testimonio de Cristo no pasa a través de una serie de tareas o de un conjunto de actividades que tenemos que realizar, sino que fundamentalmente pasa a través de esa postura distinta frente a los problemas que nos otorga la pertenencia al movimiento, tanto que, en diciembre, mi prima Andrea me dijo: «El otro día te escuché hablando de la fe y a pesar de que no entendía lo que decías me di cuenta de que tú tienes algo que a mí me hace falta». A partir de allí surgió una linda amistad con mi prima, con ella que aparentemente no tenía ningún tipo de interés en la fe y en la religión.

Por esa razón, porque debemos «seguir lo que acontece», invité a mi prima, que vive en otra ciudad, a un paseo que organizó el Comunión y Liberación de Universitarios (CLU) de mi ciudad en Semana Santa.

Caminata CLU hasta Valle Muerto en el Páramo la Culata

Unos días después de su visita me hizo llegar una carta que decía:

Ernesto me invitó a una actividad en la Laguna de Mucubají, que incluía una caminata hasta Valle Muerto en el Páramo la Culata. La caminata fue todo menos lo que yo había imaginado. Yo pensaba en algo bastante sencillo, un lugar cercano donde pudiésemos sentarnos a comer el arroz con pollo que habíamos preparado en comunidad desde el día anterior, hablar de Dios, jugar, cantar y volver. Lo que yo no había previsto era la magnitud del trayecto hasta Valle Muerto. Me resultó entre muchas cosas muy especial que mi primo me creyera capaz de ir y volver en una sola pieza porque la verdad es que dudo que cualquier otra persona en mi familia, exceptuando a mis padres, hubiera creído en mí para lograrlo.

El trayecto fue exigente, empinado, rocoso e intimidante, pero al llegar allá comprobé lo que me habían dicho durante todo el camino: valía la pena. La vista era espectacular, al fondo del valle había un sinfín de frailejones de cientos de años de edad, el pasto verde y limpio se agradecía mucho luego de ver rocas y tierra por tanto rato. La soledad del lugar daba una sensación de tranquilidad y paz. Me sentía sumamente agradecida con Dios en ese momento por tener la oportunidad de recorrer el trayecto hasta allí y ser testigo de las maravillas que nos ha regalado.

Nos sentamos debajo de un pequeño árbol porque estaba brisando y hacía bastante frío y nos pusimos a comer. Luego hicimos una lectura que nos hizo reflexionar sobre la obra de Jesús aquí en la tierra y cómo le daba el perdón a aquellos a quienes la gente consideraba como los mayores pecadores. Eso me hizo pensar en que Jesús no va por nuestras vidas condenándonos, sino que él está siempre dispuesto a perdonar, no evaluando el pecado sino el arrepentimiento. Los aportes de todos en el grupo fueron relevantes y nos dimos cuenta de que la Semana Santa representa un tiempo de profunda reflexión y acercamiento a Dios. Lo que estábamos haciendo no implicaba de repente estar en una iglesia, pero nos acercó a sus obras y a su espíritu.

En lo personal, representa eso que en diciembre le mencioné a mi primo que sentía me hacía falta con respecto a Dios, para no ver las cosas como una imposición o una condena en cada acto sino como un estilo de vida y un sentimiento. No voy a decir que ya todo cambió para mí, porque no es fácil moldear las creencias de toda una vida, pero poco a poco se va despertando algo y me voy sintiendo más completa. No me queda más que expresarle a Ernesto lo agradecida que me siento por haberme permitido vivir eso con él y con todos los muchachos del movimiento en Mérida, quienes por cierto me parecieron personas muy especiales, acogedoras y fueron una parte esencial durante todo el trayecto.