¿Qué significa ser un testigo (y dar testimonio)?
José Luis encuentra consuelo, apoyo y renovación espiritual. A pesar de los desafíos y la pérdida de sus padres, su fe se fortalece al decir "sí" al llamado divino.¿Qué significa ser un testigo (y dar testimonio)? Qué he hecho yo para que me hayan escogido para estar aquí?
El sábado pasado me tocó además (haber sido escogido) hacer la presentación de la JIA en Mérida, y por tanto presentar a los dos testigos que fueron invitados: un doctor que lidera una fundación de primeros auxilios y una fisioterapeuta española que milagrosamente se curó del Guillain-Barré.
Lo que yo puedo decir, y diré, no le llega ni a los talones a aquellos testimonios de fe. Sin embargo, a pesar de sentirme inadecuado, aquí estoy como invitado a dar mi testimonio. Por alguna razón, que desconozco y no comprendo, me han escogido para estar en la línea del frente, como en otros tiempos. Me confío en ellos y que el Señor guíe mis palabras, para que sean para su Gloria en la tierra.
Vengo de vivir un año muy particular; totalmente distinto a lo vivido en los últimos tiempos. Después de mucho tiempo intentando salir, para poder estar mas cerca de mis hijos (que están fuera del país a causa de la diáspora), se me dio la ocasión de ir primero a Filadelfia y luego a Madrid, ambas veces por tres meses para realizar en cada ciudad una investigación sobre distritos culturales. Fui como una especie de enviado, algo así como un cónsul -como lo hizo una vez mi papá- para estudiar esta temática que viene ocupando parte de mis intereses últimamente. En ambos casos la comunidad de CL allá jugó un rol primordial.
En el interín de cada viaje me tocó enfrentar una situación dolorosa, de la cual aún no termino de recuperarme: el fallecimiento de mi mamá. Por mucho tiempo fui bendecido con tener ambos padres vivos; todo el mundo me lo decía: “que bendición tenerlos junto a ti”. Pero en un lapso de año y medio, luego de estar viviendo con ellos, cuidándolos y teniéndolos como centro de mi vida, los perdí a ambos.
Ahora bien, cuando llego a Filadelfia me pongo en contacto con Ecca, una memores domini de quien tenía su teléfono, y me invita a la Escuela de Comunidad. Yo empiezo de una vez a ir, y a conocer a la pequeña comunidad. Yo me había dicho a mí mismo que esta era la ocasión ideal para retomar en serio la escuela. En Mérida llevaba años tratando de regresar, pero no lo lograba. En cambio en Filadelfia fui, con fidelidad, regularmente y volví a darme cuenta de la novedad del método por excelencia de CL: leer los escritos de Don Gius, escuchar y participar de los testimonios cotidianos de vivir esos textos en la realidad, los cantos, las cenas y otros gestos en comunidad. Todo en inglés, con el acento cultural “gringo”, pero el mismo carisma que encontré en el 91 y que he visto en el tiempo y en los lugares. Los rostros de Ecca, Therese (y su esposo), Rose, Milton y Sofia, Lucy (y su esposo) los tengo presentes, especialmente de ellos, como si me hubiesen hecho un bien profundo y revitalizante.
En Madrid, luego de Filadelfia y el fallecimiento de mi mamá, la presencia de los amigos de CL fue aún más determinante. El “puente” fue Francisco, el de ustedes, quien movió cielo y tierra para conseguirme alguien que me acogiera por los tres meses de mi estadía. Por necesidad (y entiendo que por providencia) me ví en la situación de pedir alojamiento; y ese puente me llevó a Villanueva de la Cañada a casa de los Andreo, donde Rafael y Belén fueron los anfitriones idóneos. No podía haber llegado a otro lugar más perfecto: el Señor me puso en el corazón de una familia que vive intensamente el carisma. Mi escepticismo de académico no tenía opción de dudar o mirar a otro lado. Me sentí como en el 2005 (se repetía la historia) cuando llegué, de igual manera, a casa de los Lollo en Seregno. Igualito, era como un muchacho descarriado que estaba ahí para ser re-educado; acogido para mirar que “se puede vivir así”. En aquella familia, se vive a Cristo presente en el desayuno y cena juntos, en los Laudes matutinos, en las cenas con los amigos cercanos, en el compartir los sucesos del día, en el ir al trabajo y a las iniciativas del movimiento, en el acoger a un extraño en la casa y darle todas las comodidades.
Teniendo como base la casa Andreo, pude también participar, con fidelidad y curiosidad, en la Escuela de Comunidad de Moncloa (guiada por Ortega y Oriol), y en la caritativa de la plaza de la Opera (guiada por Portu); también de las misas comunitarias, de una cena de Universitas. Los rostros de Ortega, Pablo, Portu y Stefano, con quienes pude compartir más y recibir de ellos esos destellos de vida cristiana que impactan y cambian, los tengo muy presentes.
Ahora que lo digo en voz alta, frente a ustedes, es evidente que el Señor me puso a vivir el movimiento de nuevo. Con acento gringo o español, ese mismo carisma que me cambió la vida en mi juventud, estaba siéndome propuesto una vez más. ¿Qué mas consentimiento que ese? Qué preferencia mayor que esa? Tendría la opción de darme la vuelta y seguir para otro lado, pero no; hasta ahora vengo diciendo sí a este consentimiento divino.
Pero en la mitad está lo de mi mamá; un hecho gigante que no logro entender. ¿Qué significa para mi la fe? Mi mamá fue un ejemplo fuera de serie de vitalidad, de dinamismo, de entrega, de amistad; todo el mundo la conocía, todo el mundo la admiraba. Sin embargo, yo tuve una relación difícil con ella. Me sentía apabullado por su ímpetu, y nunca digerí bien el que ella fuera el punto de referencia público. Aún así cuidé de ella, en su etapa final, en la cual había perdido muchas de sus cualidades. Creo que la cuidé bien, porque eso era lo que proyectaba a todo el mundo; yo pienso más bien que me faltó cuidarla con más amor, con mas alegría, con menos quejas. Aquí el chance que me dio el Señor, no lo aproveché plenamente. Me quedé a medias; ahora la extraño mucho y recuerdo a menudo como marcó mi vida.
En este recorrido memorial de este ultimo año, he podido verificar la dinámica de la fe en mi propia experiencia; una dinámica que me permite decir “Sí Señor, yo creo” otra vez, a pesar de que inmediatamente se me olvide y me distraiga en las quehaceres diarios. Con lo de mi mamá entendí que cuidarla a ella, y a mi papá antes, era mi lugar, a pesar de que quería estar en otra parte. Me faltó ofrecer aquello, me faltó verla en los ojos y reconocer lo que Cristo me estaba pidiendo. A pesar de ello Cristo “non molla”, no me deja suelto. Me sigue proponiendo; primero la comunidad de Madrid, y ahora la comunidad de Mérida, para in-formarme y para re-educarme. Por el momento, he dicho sí, sí Señor, aquí estoy. Espero no darme por vencido, o mirar para otro lado. En eso, les pido que, entre tantas necesidades que vivimos todos -algunos mucho más- me incluyan en sus oraciones, para que pueda ser un testimonio vivo de fe.