Guillermo Piñerua

El valor de pedir ayuda

Guillermo venía de una familia católica pero no era practicante; sin embargo, viviendo la compañía de sus amigos descubre el valor de ser alcanzado por Cristo y como se manifiesta hasta en hechos puntuales, la alimentación de su familia, por ejemplo.
P. Bergamini, A. Leonardi, P. Ronconi, A. Stoppa

Para Guillermo, la experiencia de la Fraternidad digamos que es algo sangrante: «No es fácil depender de los amigos para poder comer». Vive en San Antonio de los Altos, una ciudad cercana a Caracas. Tiene dos hijos pequeños, Samuel de seis años y Alicia de poco más de uno. Su mujer, Daniré, que es médico, dejó de cobrar su salario al quedarse embarazada de la pequeña. Él da clase en una escuela católica, es decir, trabaja mucho y come poco, lucha por mantener a su familia con 50 dólares al mes y una inflación del 500%.

«A principios de este año empecé a prepararme para los que sabía que iban a ser los meses más duros de nuestra vida. En cambio, están siendo los más bonitos». Nada ha cambiado en Venezuela, la sensación constante es la de sobrevivir. La crisis se agrava día tras día, igual que la tensión y la falta de alimentos y medicinas. Pero sucedió que un amigo, al oírle hablar de su situación, le sugirió que pidiera ayuda. «Yo pensé: “¿Más? ¿Qué más debo pedir? La Fraternidad ya me entregaba una cantidad mensual y, gracias a la caritativa que pusieron en marcha nuestros amigos, la Bolsa solidaria, recibía una caja con comida», cuenta. «Pero la verdad es que necesitaba más ayuda». Y la pidió. «Los amigos venían a verme, me acompañaban a comprar comida y me ayudaban a pagarla. Pero lo más bonito es que nos la comíamos juntos. Han sido de los días más felices en mi familia».

La elección. Guillermo conoció el movimiento al terminar sus estudios de enseñanzas medias. Venía de una familia católica pero no era practicante. «Cuando conocí CL tuve un impacto muy fuerte. La amistad que nació con el padre Leonardo, que era el párroco de mi pueblo, era cada vez más hermosa». Desde entonces su vida se comprometió totalmente con esta experiencia «a medida que iba dando pasos: la universidad, el estudio y el trabajo para poder pagarlo; el descubrimiento de mi vocación a la enseñanza; el matrimonio… Pero en estos últimos tres años la situación social se hizo muy dura. La mayor parte de los venezolanos, como yo, o pasan hambre o se han marchado». Cuando habla de sí mismo, dice: «Yo no sé cuánto he entendido en todos estos años de movimiento, pero en una cosa sí me ha educado, y si algo he aprendido es el valor de pedir ayuda sin sentirme humillado».

El apoyo económico que recibe de la Fraternidad se ha convertido en un juicio constante sobre su vida. «Es una ayuda que permite un juicio. Ante todo, no me deja vivir la necesidad como un fracaso. Al contrario, me desvela la gran dependencia que tenemos todos. Todos dependemos. Pero este depender tiene que convertirse en conciencia de depender totalmente de Dios. Entonces me da paz, me libera. Me hace más feliz».

Guillermo en su boda

También ha aprendido que no toda la ayuda es igual, por la forma en que viene dada. Habla de Henry, el responsable de la Bolsa solidaria, que hace un trabajo enorme para encontrar comida y poderla repartir. «Un día mi mujer estaba muy preocupada y él le dijo: “Nosotros estamos aquí para acompañaros en el momento que estáis viviendo”. Ayudarnos o acompañarnos. Es una pequeña diferencia en la palabra, pero la experiencia es enormemente distinta. Hay una forma de ayudar que forma parte de una relación. No se limita a dar dinero, es una compañía, y experimentas algo que no es humillante, que no te mortifica sino que te libera. Puede que sea fácil encontrar a alguien que te ayude dándote dinero, o alguien que, con buena intención, al ayudarte termine sustituyéndote de manera invasiva». Dice que la ayuda que llega de la gente que tiene viva su necesidad es diferente, es signo de otra cosa. «Es signo de la elección de Dios, como me recordaba un amigo. Dios eligió hacerse necesitado él mismo para acompañarnos de la manera más humana y plena».

La situación de caos del país hace que la gente sea más reactiva. «Es como si la jornada fuera una carrera en la que hay que ganar a la realidad. Yo doy gracias porque lo que estoy viviendo me está madurando como persona. Al menos así lo pido, pido no seguir siendo lo que era antes, sino mejor. Sé que lo que estoy atravesando es un punto de partida hacia una conciencia mayor».

El caramelo de Samuel. Ver aflorar esta conciencia en su hijo Samuel es lo que más le conmueve. Un día tenía muchas ganas de caramelos pero le dijo que lamentablemente no tenían. Entonces el pequeño le respondió: «¡Tranquilo, papá! Ya verás cómo en la caja que nos traen nuestros amigos hay algún caramelo». Para Guillermo, «es doloroso y humillante que tu hijo sepa que su padre no puede satisfacer sus necesidades y que dependemos de la ayuda de los demás. Pero ahora, en cambio, soy yo el que da gracias por tener esta posibilidad de educar a nuestros hijos en estas circunstancias. Crecerán con una conciencia más clara de su necesidad y de su naturaleza. Esto significa decirles que la vida se vive con amigos. Que lo que te dan tus padres no es suficiente, que papá no es el héroe que a ti te gustaría y que la vida está llena de dependencia».

Hace tres años, la Fraternidad no era tan esencial para él como ahora. «Después de tantos años, aún no había entendido qué era realmente. Estaba inscrito, tenía un grupo y me ayudaba a juzgar las cosas, sí… pero solo ahora me doy cuenta de hasta qué punto resulta vital». Y no se refiere a la comida sino a la conciencia de todos los días. Por las mañanas se levanta pensando en lo que tiene que hacer. «Vivir sería un esfuerzo siempre, pero está la presencia de los amigos. Que no es física, no nos vemos casi nunca, no tenemos un grupo formal, formalismo cero. Pero siempre estamos en relación. Incluso con algunos que ni siquiera conocemos, con toda una compañía que está aunque no la veamos. Estoy aprendiendo la unidad de la Fraternidad, que es una. La misma aquí que en España, en México…».

Su mujer le aguijoneó con una pregunta: «¿Cómo podremos devolver toda esta ayuda?». La respuesta va resonando poco a poco gracias a la Escuela de comunidad con el libro Por qué la Iglesia. «Giussani dice que la Iglesia nos educa en la postura adecuada ante los problemas, no nos los resuelve. Esto me ha salvado la vida porque he empezado a preguntarme en qué me estaba educando Dios con toda esta necesidad. Es amargo y dulce a la vez. Podría limitarme a decir que el movimiento me da una ayuda económica, pero estaría muy equivocado. Porque detrás está Dios, que ha puesto sus manos para que crezca mi relación con Cristo, para que sea más verdadero. Qué inmenso valor tiene entonces cada instante de dificultad».
Aquella pregunta de su mujer ha cambiado: «¿Cómo podremos devolver a Cristo toda esta ayuda?». Y responde: «No lo sé. Pero, al igual que Zaqueo, puedo esperar que Él me llame y me conceda responder que sí a lo que me pide».

Texto recuperado del archivo de la Revista Huellas, página uno, revista nro. 5, mayo de 2017