Testimonios EDC 2020





Álida - Mérida

En la medida en que no crece en nosotros la conciencia de que nuestra vida está en función de algo más grande y, con el tiempo, «no subyace a todo lo que hacemos, nosotros lo echamos todo al traste, a la nada». Actuar por nosotros mismos equivale a tirar todo al vacío, a la nada, todo se vuelve efímero por falta de profundidad, de significado. Falta la finalidad adecuada de la acción, de aquello que debemos hacer…".

Del texto Una nueva amistad regreso muy feliz y me doy cuenta de que es ella quien me ayuda en mi camino, me ayuda a mirar con conciencia, me enseña a dar lo mejor y sin interés, a hacer el bien, a dar gracias a Dios por lo que tengo: familia, vivienda, alimentos, amistades. Tanto la Sra. María debajo de sus ropas ya andrajosas, su mirada baja y su usual silencio, igualmente gran cantidad de amistades que cada día sufren las carencias de los servicios básicos para subsistir, sin medicinas para los tratamientos, sin agua, sin electricidad, sin gas, comida balanceada, sin gasolina los que tienen vehículo, y los que no tienen dinero para costear un pasaje de transporte, son otra manera de la manifestación que Dios hace ante mí como hija.

Álvaro Rangel - Mérida

Todos hemos sentido esta nada, este abandono. Siempre trato de mirar todo con la mejor disposición, tratando de tener la mayor apertura a abrazar cualquier forma en la que se nos muestre el Acontecimiento, pero últimamente he sentido el cansancio de todo. Meses y años viviendo como en una balanza donde nada es estable.

Yo confío en Él y en su voluntad, pero esto es muchas veces difícil de llevar: pasar largos días haciendo cola por combustible, viviendo a diario la mal llamada “Viveza Criolla” en todo su esplendor; aunado a la falta de servicios y lo difícil que es obtener condiciones mínimas es algo que no es sorpresa para nadie, pero me hace cuestionarme: ¿cómo esta realidad nos puede remitir al Acontecimiento?

Es difícil tratar de internalizar que todo este sufrimiento pueda ser un bien para mí o para mi crecimiento personal. Hace unos días luego de pasar muchas semanas sin combustible, Rosángela estaba tratando de encontrar donde colocarse a esperar para el día que le toque poner gasolina, y dando la vuelta en un retorno se quedó varada sin combustible. Las personas que están últimamente algo agresivas en las colas y vigilan que nadie tome un lugar cercano, decidieron auxiliarla y, de hecho, ubicarla entre los primeros lugares de la cola donde había gente esperando desde hacía varios días; quedó cerca y podría equipar combustible al día siguiente.

Al día siguiente no contaba con el dinero completo para poder llenar el tanque y me daba tristeza luego de tanto esfuerzo ni siquiera alcanzar a llenarlo todo. Estuve preguntando si alguien me vendía las divisas que me faltaban para poder pagar y nadie tenía, así que me resigné y seguí en la cola para surtir hasta donde me alcanzaba.

Mientras estaba esperando y a cuatro carros de lograrlo, un señor se acercó a la ventana del carro y me preguntó si yo era el que estaba necesitando divisas para terminar de llenar, le dije que sí y me dijo que a él le habían sobrado 18 litros de gasolina y que me los iba a regalar, seguidamente habló con el bombero y le dijo que lo que a él le había sobrado me lo regalaba a mí. Pasé mi ticket para más o menos medio tanque y el señor colocó hasta que el carro comenzó a botarla de lo lleno que estaba. Este fue un hecho que me conmovió mucho haciéndome pensar que incluso en estos duros momentos, donde reina el egoísmo, la escasez, el individualismo y la necesidad, hay hechos y personas concretas que son capaces de estar atentos a la realidad y así lograr reconocer esa necesidad del otro y les permite entregarse a esa necesidad incluso a la de un desconocido.

En una Venezuela, donde cada uno quiere su propio beneficio debido a la dificultad para obtener las cosas, todavía exista gente con esa capacidad de entrega, de tener la apertura a dar ese abrazo, de proponerse a ayudar al desconocido. Esta es la mayor prueba de que el Acontecimiento está siempre allí. Si estamos dispuestos a mirar esa realidad podemos ver qué es lo que nos rescata de esa nada.

Marianela
Testimonio enviado por Bernardo

Mi "sí" me renueva…

En diciembre tuve la oportunidad de volver a Europa. No quería “molestar a nadie”, como solemos decir, solo saludar a los amigos para aprovechar la oportunidad… Fue un viaje que nos tomó por sorpresa, organizado en 15 días y con toda la familia, mi esposo y los morochos.

Inesperadamente, Diego y Silvia nos habían hecho un espacio en su casa, ¡qué grata sorpresa! Allí pasamos parte de la Navidad compartiendo con rostros conocidos y nuevos, nunca vistos, y sin embargo éramos tratados con la familiaridad de quien nos ha amado desde siempre. Los morochos estaban maravillados por la acogida y la alegría que veían en todos. Cada noche estábamos en una casa distinta, sin un motivo particular, estar juntos, supongo.

Todos estaban muy interesados en conocer de cerca lo que aquí estamos viviendo. Nos preguntaban: "¿pero cómo podéis vivir contentos y hasta ser creativos con la realidad a la que tenéis que enfrentaros cada día?" No entendían cómo en un país donde todo falta, podía haber un par de niños apasionados por la realidad, por la música, por sus violines, o cuando veían a Diego, mi hijo, sacar de su bolso una libreta y dibujar lo que le llamaba la atención del viaje, o cuando al escuchar canciones muy venezolanas como Niño Lindo, las entonaban junto a alguna guitarra. Había una naturalidad en todo lo que hacían los niños que a ellos les llamaba la atención.

Allí fue cuando me di cuenta que aunque he estado muy alejada del movimiento desde que la maternidad me tomó por completo, y me refiero alejada de la compañía de ustedes, nunca he estado sola. Mi nueva comunidad pasó a ser mi pequeña familia de cuatro, en donde el misterio de Cristo se ha ido manifestando en sus rostros concretos, pero donde también han estado ustedes presentes, pues hemos tratado de educarlos poniendo énfasis en la realidad que nos toca cada día, en las relaciones con las personas, en la humanidad de cada uno, en la vida, a veces tan dura por cierto, pero que siempre es una oportunidad para reconocer la existencia de Alguien más grande que nos determina.

Regresamos a Venezuela al inicio de clases, a las actividades, a la rutina. De nuevo inesperadamente, mi esposo tuvo que hacer un viaje corto de cinco días que se han convertido en ocho meses de ausencia. De pronto me encuentro reducida en número, ahora somos tres, encerrados en casa, pero reunidos nuevamente con mis amigos viejos y nuevos de Sant Cugat del Vallés, cerca de Barcelona. Mensajes van y vienen con ellos, estoy muy activa con las redes sociales participando en todas las reuniones convocadas en su Escuela de Comunidad como en los viejos tiempos. Gracias a la tecnología que ha vuelto la vida tan internacional, a pesar de tantas limitaciones.

La pandemia, a pesar de todo, ha sido también es una bendición. Yo unida a esta realidad, que en mi caso es soledad, desesperación muchas veces por querer cambiar lo que no puedo cambiar, me ha llevado a vivir con mayor intensidad lo que me rodea, a aceptar mi circunstancia y a entregarme cada mañana cuando rezo el Ángelus: "Hágase en mí según Tu Palabra".

Un día durante la cuarentena contacté a José Luis para hablar del Meeting, y él me invitó a un grupo donde lo seguían algunos de ustedes. Luego pregunté por Bernardo y me enviaron una invitación a la Escuela de Comunidad. Ha transcurrido más de un mes, y ahora el viernes a las 10:30 es el momento más esperado de la semana.

Estoy aquí porque dije “sí” a cada provocación que se me ha hecho, igual que aquel día que mi profesor de Historia de la Arquitectura, Bernardo, me invitó a seguirlo por primera vez.

Celina Moncada - Caracas

Cuando la nada parece apoderarse de todo, Él siempre tiene la última palabra. Ser madre de tres y criarlos sin padre es algo que hice a la imperfección durante 25 años. Recuerdo claramente, recién separada, que mi hermano Bernardo me interpelaba: “¿lo perdonarías?”. No tenía respuesta. Se vinieron años plenos de luchas sin él (con minúscula) y sin Él (con mayúscula) y ciega interpretaba al mundo como si todo dependiera de mí.

Una mirada traspasó mi dureza y mi corazón de piedra. Y mi vida se fue transformando en la medida que se disipaban las sombras para verLe, todo fue posible a través de una compañía que me miró, me acogió y me adoptó. Sin darme cuenta, él (con minúscula) me estaba mirando, y él mismo estaba siendo transformado, convirtiéndose en propuesta para mi vida. ¿Tenía sentido con nuestros hijos ya adultos este perdón y este amor renacido en nuestras vidas? ¿Por qué el Señor me ponía esto delante, esta posibilidad? ¿Para qué a estas alturas?

Pedí discernimiento, quise ponerlo con alguien más. Pero, tenía una gran dificultad, de ponerlo con los amigos, mis amigos de CL ¡gracias a quienes me había caído del caballo! ¿Por qué? Contarles todo a calzón quita’o era muy difícil para mí. Logré hablar con uno de ellos. Buscando ese discernimiento, logré hablar con dos sacerdotes amigos. Y con otro que no conocía tanto. Pero nadie tenía respuesta concreta, no se me ahorraba la encrucijada ante la que estaba. En silencio debía esperar la respuesta y dentro de la libertad que me es dada, tomar una decisión.

Decir que sí con todo y los peros, y sentir que correspondía ese sí no era una afirmación inmediata, era una pregunta (¿Corresponde esto?). Fue comenzar de cero un proceso de verificación que al final se tradujo en decidir, luego de más de 35 años conociéndonos, encontrándonos, desencontrándonos y vueltos a encontrar, que con Cristo como centro de nuestras vidas estaríamos completos. Entender que todo lo que pasó durante nuestra juventud y adultez fue por falta de Cristo, era una gracia.

Que esto ocurra en un momento en que todo parece caerse a pedazos, no es poca cosa. Y que pueda ocurrir en actos concretos como volvernos a casar y optar al matrimonio por la Iglesia, en tiempos de pandemia, cuando todo está detenido, tampoco es obvio. Aunque ningún trámite fue ágil: el matrimonio civil era originalmente el 3 de abril y fue suspendido, reprogramado y suspendido nuevamente. ¿Quieres que verifique algo más? Preguntaba. El tiempo iba pasando y ciertos trámites no se concretaban. Mi partida de bautismo no aparecía, por ejemplo. Hubo una gran angustia de mi parte por esto y, finalmente cuando dije: Bueno que pase lo que tenga que pasar y cuando tenga que pasar y dejé de “hacer seguimiento”, me llamaron para concretar. Y llegaron los documentos de Mérida para el matrimonio eclesiástico.

Visitando al Santísimo, haciendo un trámite, en lugar de caminar por la calle transitada, decidí acortar camino por una callecita apartada. No entendía por qué me había metido por allí, si caminar por allí era peligroso. De pronto descubrí una capilla, que jamás había visto, con su puertecita abierta. ¿Cuántos meses tenemos con los templos cerrados? No podía perder la oportunidad de entrar. Una señora estaba limpiando, y le pedí permiso para visitar al Santísimo. Dijo que sí. Me senté. Toda yo era agradecimiento, porque esto no era obvio. En silencio le pedí abrir mi corazón, para poder decirle todo y para poder abrazarle sin objeciones.
Cuando me incorporé la señora me despidió con estas palabras: “Jesús te estaba esperando”. Con lágrimas en los ojos y agradecida me alejé del lugar.

Vivir en esta niebla que se disipa y me permite verLe y ver que es mi deseo de verLe lo que la disipa, me llena de esperanza, de certeza, de alegría.